El Encuentro-Prueba

A un gran amigo aprendiz de coach.

La mente política piensa: «Todo está mal, si se arreglara todo sería maravilloso».  

La mente religiosa piensa: «Yo soy lo único que no está en paz. Todo lo demás es tan perfecto como podría ser».  

El Camino es perfecto, como el espacio infinito donde nada falta y nada sobra. Todo es como debería de ser, absolutamente equilibrado. 

— Osho 

Y aun así, atraemos encuentros y pruebas 
que nos recuerdan ese equilibrio cuando lo olvidamos.

Despertó con la sensación de que algo lo esperaba.
Mas que de un mensaje o un recuerdo,
se trataba de una presencia quieta respirando al borde de su conciencia.

Salió a caminar hasta el río.
El agua corría lenta, llevando hojas, reflejos… y una rama que giraba en círculos captó su atención. 
En la orilla, un anciano observaba la corriente.

El hombre se acercó.
Todo se mueve —dijo—.
Las cosas cambian, unas personas vienen, otras se van... y yo también me voy.
¿Dónde reposar cuando nada se queda quieto?

El anciano se dio tiempo para responder.
Hizo un cuenco con las manos, recogió un poco de agua
y la dejó escapar entre los dedos.

¿Ves? —murmuró—.
El agua nunca se detiene,
y sin embargo el río permanece.
Tú miras la corriente y crees que el cambio lo es todo,
pero debajo hay un cauce que no se agita.
Encuentra ese cauce en ti,
y el movimiento será descanso.

Tomó una piedra y la arrojó al agua.
Las ondas se abrieron en círculos. 
El hombre reconoció su rostro ondulante en la superficie,
luego volvió a su forma.

La piedra vino de fuera —dijo el anciano—,
pero el temblor nació dentro del río.
Así te pasa:
la vida toca la superficie
y lo que vibra te revela.
La prueba no es la piedra;
es tu onda.

El hombre miró el agua.
El anciano ya no estaba.
Solo el río seguía hablando.


Esa noche encendió la lámpara
y escribió una sola palabra: escribIR.
Ser el verbo.
Dejar que la vida me escriba.

Mientras las frases iban naciéndole, comprendió:
no atraigo lo que quiero,
sino lo que soy
.


Cada encuentro, cada obstáculo, cada alegría,
es una llamada a abrirme un poco más.


Días después, en la cola de una panadería,
la impaciencia subió como una ola.
La vio, respiró, sonrió.
No porque todo fuera maravilloso,
sino porque sintió que lo había integrado.
La piedra seguía cayendo,
pero ya no lo arrastraba:
solo mostraba su onda en la superficie.

Por la noche volvió al cuaderno y escribió:

El Encuentro-Prueba no viene a examinarme.
Viene a despertarme.

La piedra es del mundo; la onda, mía.

Cuando dejo que la vida me escriba,
el Camino se recuerda a sí mismo
a través de mí.


Cerró el cuaderno.
La casa respiró con él.
El mundo seguía moviéndose,
adentro y afuera,
perfecto como el río.


Fidel Delgado
 




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