Estelas de un proceso de Humanidad

 «Solo sé que nada sé»


El nombre es solo la pista hacia lo que verdaderamente importa: la profundidad de lo humano.

Josep María Esquirol


Las circunstancias no hacen al hombre; lo revelan.


James Allen




¿Qué eres?


Soy Humano: un astro con luz propia formando parte de una gigantesca constelación: La Humanidad.



Y… ¿qué es ser humano?


En algún momento que no alcanzo a identificar, tomé conciencia de que me encontraba y me encuentro sumergido en un proceso de dimensiones colosales, caracterizado por el despliegue de formas y potenciales, y de que mi consciencia es un proceso conectado íntimamente a un cuerpo; mi bioforma. Ser humano es encarnar un misterio insondable.



¿Un misterio insondable?


Sí. Y es precisamente la esencia de mi propio ser -ser un misterio para sí mismo- lo que me permite jugar eternamente a descubrirme y viajar más allá de aquella estructura relacional, o personalidad, que en algún momento de mi evolución me servía para definirme a cierto nivel de supervivencia. 


Sin lugar a dudas, cada criatura humana viene al mundo para explorar su propia naturaleza y dejarse ser lo que quiera que esté siendo momento a momento. Y, por encima de cualquier otra cosa, encarnamos para amar la infinitud de estar viviendo sumergidos en este misterio, el milagro de la creación, que no se deja atrapar por las palabras.



Pero… las palabras son importantes, ¿no crees?. ¿Cómo te llamas?


Nos sentamos a la sombra de un árbol y asociamos esta parada con el refugio y el descanso. Así mismo el nombre al que asentimos nos da cobijo y nos contiene: atendemos cuando se nos nombra. Este es un primer reconocimiento.


Pero en ocasiones, este valioso refugio llega a convertirse en una celda tan estrecha que tensa y deforma nuestro cuerpo hasta los huesos.


Nombrarse es una práctica ineludible enraizada en el humano; una costumbre extremadamente arriesgada. Y quiero expresar que el altísimo riesgo no trae aquí connotaciones adversas. Los riesgos pueden asumirse o no. Con ello quiero, tan solo, poner un acento sobre lo decisivo y condicionante que puede llegar a ser un nombre, para bien o para mal. Esto lo saben de maravilla los Garcia Márquez y los Julio Cortázar…


Me nombraron Ignacio años atrás, y asistí, sin elegirlo, al rito del bautismo como cualquier potencial feligrés.


Recuerdo, ya a cierta edad, haberme interesado por el sentido de mi nombre, creyendo en el azar y pensando que podría haberme llamado de cualquier otra manera. Esta curiosidad se me activó cuando encontré la definición de Ignacio en un antiguo diccionario de nombres “propios” que guardaba mi padre en su biblioteca. Era un libro muy pequeño y compacto, de unos ocho centímetros de largo por cinco de ancho y aproximadamente un dedo, el pulgar, de grosor. Sus páginas eran ultrafinas. Sobre un fondo color hueso de tacto sedoso se recortaban las palabras. Las pastas eran marrón oscuro y de él pendía el clásico marcapáginas rojo y deshilachado en su extremo.


Allí, junto a mi nombre, estaba la palabra que lo definía: el desconocido. 


Quiero recordar también, que tras el punto estaba escrita otra breve frase aclaratoria, que hacía recaer el desconocimiento sobre el propio portador de este nombre: Ignacio es el gran desconocido para sí mismo.


Más tarde, creo, vino el interrogatorio a mis padres. Por aquellos días quería saber los motivos que les habían llevado a bautizarme con este nombre que empezaba a ser enigmático para mi. 


Mi madre me contó que estuvieron barajando otros nombres como Sergio o Gonzalo, pero que Ignacio era el que más les gustaba. Mi padre, en ese tono chistoso que lo caracterizaba tan a menudo, me dijo que eligieron ese nombre porque aparecía en el Credo; en la parte que dice Ig nació de Santa María Virgen…


¿Y por qué todo este preámbulo en relación a algo tan aparentemente anecdótico como es mi nombre? Me he remontado al pasado porque creo nos trae un marco que ayuda a ubicar las ocurrencias de ayer:


1- Durante mi paseo del amanecer me vino, como un auténtico flash, la asociación de la palabra ignorancia con mi nombre original. Comencé a escribirlo o dibujarlo en la pantalla de mi mente como si lo estuviera viendo escrito en un papel, cambiando tan solo la ultima “a” de la palabra “ignorancia” por una “o” (ignorancio) y simultáneamente diferenciado con mayúsculas las letras del nombre “propio”: IGNorAnCIO. Así fui creando asociaciones con la historia que os he contado antes y con muchas otras, quizás no compartidas aún, que fueron apareciendo en años posteriores.


Más tarde apareció otra palabra como complemento de la anterior; un alias. IGNorAnCIO el aspirante. 


Creo que me vais conociendo, como yo lo sigo haciendo, y así sabéis cual es, o quizás cual fue, la máxima aspiración de IGNorAnCIO. Ahí lo dejo con un guiño. 


2- Más tarde, hablando con Lenka sobre el espacio en el que vamos a estar sumergidos trabajando los próximos días, le expresaba que esa habitación, el punctum, quería ser, desde que lo acaricie con mi mirada por vez primera, una placenta. Por aquellos entonces no entendía muy bien por qué, pero la IDEA me parecía muy sugerente. Durante los siguientes días a la compra de la casa le fui atribuyendo a aquel espacio abovedado diversas funciones que no terminaron de fraguar… y se convirtió en un gran trastero improvisado que albergaba el entorno más privilegiado de la parte de casa conectada al patio.


Y hoy, o mejor dicho, ayer recordé que ese espacio estaba tomando la forma de una placenta para un ser que aún no ha nacido. Y le contaba esto a Lenka por teléfono para tratar de hacerme entender: aunque tú me hayas visto, y me estés escuchando ahora, yo aún no he salido de la placenta… y entre guiños y risas empezó a tirar del hijo y a bajar el globo. 


Una reflexión a propósito de lo compartido: cuando una criatura sale de la placenta su nombre es su primer asidero y lo constituye como humano entre humanos. Después viene el espacio que lo contiene: esa nueva placenta que lo acoge (o no) porque tiene las dimensiones exactas para que su ser pueda seguir desplegando potenciales desde ese mismo lugar. El yo haciéndose simultáneamente, o revelándose a sí mismo, con su circunstancia.


Y ahí recordé mi rol de partero que había ya comentado con Igma Pacheco, un compañero arquitecto al que le conté en qué consistía Arquitectura Humana hace algunos años. Este asistente de partos que se trenza con el geómetra, el cartógrafo y… 


Hoy, sin embargo, estoy siendo narrador y probablemente, en un rato, me convierta en artesano de la construcción, y…

Adecuación funcional y en proceso de rehabilitación como espacio de alumbramientos.


Y es esta mi manera de dejarme ser, lo que quiera que esté siendo: yo soy un yo interior y además esta circunstancia que me constituye y me revela. 


Comentarios

Entradas populares de este blog

Hacia el 2027

Cruz del Fénix Durmiente

La Bioforma Humana