Escucha la cosecha
En las entrañas del Silencio,
donde la materia no irrumpe,
fluyen mensajeros sin rostro:
los neutrinos,
como hebras invisibles del latido estelar
que atraviesan la inmensidad
sin dejar huella…
y sin embargo,
saben sin saber que saben.
Allí donde el ojo no ve
y el oído no escucha,
la Boca del Ser se abre
como el abrazo de un templo,
como un poro en la mente hambrienta.
El Hexagrama 27 se imprime,
no como palabra
sino como caligrafía arquetípica:
"Aquello que te nutre, te conforma.
Aquello que dejas entrar entona tu canto, o te corrompe."
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Mas el sabio no se alimenta de sombras.
El noble escucha el susurro de lo ínfimo,
de lo que se infiltra entre las cosas sin anunciarse,
de lo que no tiene forma pero vibra.
Y cuando el portal se abre adentro,
cuando la Boca vivificante deja de escupir lamentos
y empieza a beber luz,
entonces, se eleva en él
la Supraconciencia:
ese fuego callado
que conoce sin pensar,
que ama sin contorno,
que sabe sin saber.
Y en ese instante eterno,
el alma reconoce su linaje sideral:
sin carne,
sin nombre,
la inmaculada frecuencia
de la nada vibrante en la danza con el Todo.
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