Y ahora… ¿qué hago yo?

He aprendido a esperar: no es poca ciencia.

Josemaría Escrivá de Balaguer y Albás


“El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los días, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo. La primera es fácil para muchos: aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es infierno, y hacerlo durar y darle espacio”.

Italo Calvino


Por mucha ciencia y tecnologías que nos amparen, en ciertos momentos pareciera que el mundo que hemos construido se estuviera convirtiendo en un lugar cada vez más miserable para quienes estamos aquí y para los que llegan.

Después de mil, de millones, y millones de intentos y afirmaciones, de buenos propósitos y maravillosas intenciones, algunos -muy pocos quizás- nos dimos cuenta de que no podemos cambiar nada. Aún así, sabemos que tampoco podemos tirar la toalla y asumir la negación y la propia impotencia cruzándonos de brazos mientras esperamos a que venga una mutación y nos traiga otro panorama, otro mundo,… a saber,… si llegamos a verlo. Para mi, lo esperanzador de nuestro tiempo es el sentimiento y la comprobación de que cada vez somos menos las personas que confiamos y entregamos el poder al líder de masas y/o a cualquier otra índole de autoridad externa para que nos dirija hacia la Nueva Humanidad que el propio ser anhela y sabe posible: el Renovado Orden Natural.

¿Qué hacer entonces, mientras recobramos la confianza en la alegría, la vitalidad, el amor y el poder que emerge desde el interior de cada ser?

¿Y si usamos las palabras con la misma honestidad que hay en el niño al observar los objetos de su juego?, ¿y si hacemos con ellas de parteras para que cuando la mutación suceda podamos al fin vernos, reconocernos y, tal vez, seguir jugando?



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